Papel para la imprenta


La primera fábrica de papel europea se estableció en España, a mediados del siglo XII, y durante los siglos siguientes, la técnica se extendió a la mayoría de los países de Europa. A mediados del siglo XV, con el desarrollo de la impresión con tipos móviles, la producción de libros fue un gran estímulo para la fabricación de papel.
La primera fábrica en lo que hoy es territorio de nuestro país fue instalada en Buenos Aires recién en 1877, con el nombre “La Primitiva”.
Anteriormente, el soporte debía importarse obligatoriamente de Europa, con las complicaciones económicas y operativas que esto implicaba. Esta situación fomentó el contrabando del producto, practicado por ingleses, franceses y portugueses.
Se sabe que en la imprenta misionera, hacia 1700, se imprimía con papel extranjero, “áspero, medianamente fuerte y análogo al usado en los libros españoles de fines del siglo XVII”, y que existieron gestiones para poder fabricar papel ante la permanente escasez del producto, y aún rigiendo la prohibición para este tipo de manufactura.
El padre Sepp escribía en 1709: “Quiso el padre Serrano establecer una imprenta y con feliz éxito lo llevó a cabo... Cierto que fabricar aquí el papel es del todo imposible, y a veces no hay ninguno..., es forzoso traerlo de Europa, lo que resulta muy caro”. En 1725 escribió el padre Streicher: “Hanse implantado muchas artes y oficios... Ahora pensamos seriamente en poner una fábrica de papel y otra de vidrio”; y veinte años más tarde, el padre José Rico escribe a Manuel Alberich, procurador de los jesuitas en Barcelona, pidiendo la venida al Río de la Plata de un oficial práctico en la fabricación de papel que “viese y practicase en alguna de las focinas de por allá, singularmente en una que hay cerca de Tarragona”. La fábrica nunca pudo establecerse, y lo cierto es que siempre faltó papel en la imprenta del Paraguay, cosa que no sucedería en la de Buenos Aires, donde siempre se encontró en abundancia.
En la Ciudad, la utilización de papel seguiría los vaivenes políticos y económicos.
A partir de la creación del Virreinato del Río de la Plata, y con las medidas que impulsaron el libre comercio, llegaron papeles de diverso origen que llenaron los depósitos de la aduana en los siguientes años.
Desde el primer contrato de la Imprenta de Niños Expósitos se estipuló que el administrador se responsabilizaba por la compra de papel, sin especificar a quién debía comprarle, qué precio debía pagar, o qué procedencia debía tener. El papel servía para imprimir, pero además se vendía en la tienda anexada a la casa en forma de manos, resmas y libros en blanco.
La primera adquisición se efectuó a fines de 1780 cuando se compraron 14 resmas al comerciante Vicente Azcuénaga para imprimir almanaques y guías. Silva y Aguiar también compró papel oficial florete o fino (el aceptado por Real Orden de 1783), de origen español (catalán y valenciano) y genovés, en el estanco. Cabe señalar que según las “Condiciones y Circunstancias” en 1785, el papel español con destino a América debía “estar trabajado con perfección de modo que sea apto para todo servicio de escribir, imprimir y torcer cigarros”, por lo que no debe extrañar esta acción por parte del administrador.
En 1789, Sánchez Sotoca propone traer de España directamente a la imprenta papel blanco en abundancia, para imprimir y vender de tres calidades diferentes, a fines de contar con un stock permanente de quinientas resmas, y de abaratar los costos de la compra en el comercio de Buenos Aires, pero la gestión no prospera.
Hacia fines de siglo se seguía comprando material de diversa procedencia tanto en la aduana como a comerciantes de la ciudad. El formato de los pliegos era de 31 por 43 centímetros.
Al finalizar el contrato de Agustín Garrigós, en 1804, el maestro impresor señala que la guerra entre España e Inglaterra había hecho imposible el sostenimiento de la imprenta por la escasez de insumos y el excesivo precio con que se vendía el papel, y por tanto hubo que suspender la impresión de diversos materiales.
El autor José Carlos Balmaceda realizó hace algunos años un interesante trabajo a partir del estudio de las filigranas de los impresos de Expósitos. En este puede verse cómo hasta 1810, el papel de los impresos es de origen español (principalmente catalán de las fábricas de Miguel Elías, Pau Viñals, y la familia Ferrer), e italiano, fundamentalmente de los molinos de Génova; aunque también puede verse, en menor medida, inglés, francés (de la zona de Bearn), y holandés. A partir de la emancipación, casi todos lo impresos llevan sellos ingleses de la zona de Cheddar, mostrando el nuevo predominio de Inglaterra en el comercio con América.

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